Sabiduría de la tierra "La herencia de las plantas sagradas."
Una de las vías para llegar a comprender el lenguaje del subconsciente es a través de la sabiduría de la tierra, la herencia de las plantas sagradas, que nos ofrecen un camino de entendimiento hondo. Aquellas personas que hemos realizado procesos de sanación con medicina ancestral como la ayahuasca, el bufo o el kambo, sabemos que cada una tiene su propia manera de enseñar y abrir nuestra percepción.
En su momento, sentí la necesidad urgente de organizar todas esas experiencias e información para poder entender lo que realmente me estaba sucediendo durante la toma de estas plantas y sustancias. Aunque en mi entorno hubo personas que consumían, nunca sentí la necesidad ni el impulso de recurrir a estimulantes o alucinógenos como forma de entretenimiento o como vía de escape; de hecho, nunca antes había probado una pastilla, ni LSD ni MDMA. La sola idea de perder el control me aterraba.
Sin embargo, el dolor y los miedos derivados de mis experiencias de vida, junto con la angustia, los ataques de pánico y la fobia social, así como una sensación constante de tristeza, me impulsaron a buscar algo más allá de los tratamientos tradicionales. Parecía vivir con una depresión funcional, ya que, aparentemente podía mantener un estilo de vida “normal”, pero internamente me sentía apagada, como si un plomo se hubiera fundido en mi cabeza y nublara mi percepción. Tras probar varios psicólogos, algún que otro psiquiatra, diversos cursos y vínculos afectivos vacíos, carentes de sentido por falta de amor propio. Convencida de que la solución estaba fuera de mí, sentí la necesidad de explorar algo más profundo, algo que me ayudara a entender lo que me estaba pasando.
Fue entonces cuando se presentó la oportunidad de experimentar procesos que van más allá de lo físico, para explorar y comprender la mente y el alma. Aun así, no era plenamente consciente de lo que estaba haciendo. En medio de mi desesperación, acepté asistir a un retiro junto a unas treinta personas, con la esperanza de aliviar dolores físicos y emocionales, la sensación constante de presión en la cabeza, ansiedad, suicidios y enfermedades mentales de personas cercanas a mi entorno, miedo a la muerte y episodios de pérdida de la realidad y una insatisfacción constante hacia los diferentes trabajos en los que estaba. Sentía que necesitaba ordenar mi vida, entender el sentido de lo que me estaba pasando y, sobre todo, dar significado a mis experiencias. Siempre fui una indagadora nata, en constante búsqueda de respuestas sobre el sentido de la vida; gracias a esa frustración constante ante la idea de aceptar las cosas sin comprender el propósito de lo ocurrido, me instauré en el compromiso de acercarme a su conocimiento más profundo.
La acupuntura se convirtió en un pilar fundamental, un suelo firme sobre el que apoyarme para dar explicación a todo lo que luego sucedería en mis experiencias transpersonales. Esta práctica me permitió profundizar y navegar en la mente y el alma humana, mientras contaba con una herramienta que combina lo físico con lo espiritual. Hoy en día, la acupuntura tiende a integrarse en un marco científico, pero es importante no perder su esencia mística, la transmisión de maestro a discípulo, la experiencia de vida compartida y la comprensión holística de la existencia. La acupuntura no es simplemente un trabajo; es un cambio de paradigma, una manera de ver que no estamos separados de la vida ni de la naturaleza, sino profundamente conectados con ellas.
Dicen que a veces es necesario perderse para volver a encontrarse, pero hay formas de perderse que pueden ser extremadamente difíciles. Mi experiencia con estas sustancias no es algo que recomendaría a todos, porque pueden llevarte a estados mentales complejos, realidades paralelas y experiencias que desafían tu percepción de la realidad y de tu mente. Existen personas para quienes estos procesos como experiencias son transformadoras, y otras para quienes pueden ser vivencias totalmente desestabilizadoras. La intención de este aprendizaje no es quedarse observando la vida desde el marco de la puerta, juzgando lo que ocurre afuera, sino atreverse a entrar, despertando a la conciencia de nuestra potencialidad humana y aun con miedo; sentirla en toda su intensidad, utilizando las herramientas que uno va adquiriendo a lo largo del camino.
Es por eso que resulta importante subrayar que estos procesos pueden rozar los límites de lo psiquiátrico; algunos estados pueden ser difíciles de integrar y pueden generar riesgos si no se acompañan adecuadamente. Nunca busqué estas experiencias, simplemente se cruzaron. No fueron experiencias agradables al inicio; más bien, fueron abruptas y difíciles de compartir, especialmente en un entorno familiar donde la depresión era incomprendida.
Mi despertar espiritual inicial surgió de manera natural, sin sustancias, en un momento de desasosiego frente a situaciones repetitivas e incomprensibles en mi vida. Fue a través de un trabajo de autoexploración intenso que comencé a conectar con mi interior. La experiencia con la ayahuasca me llevó a estados donde me sentía extremadamente sensible y abierta, sin barreras entre mi ser y el entorno. Percibía todo a mi alrededor de manera intensa, viviendo entre la imaginación y la realidad, en un estado que algunos llaman “volada”. Percibía con mucha intensidad los estímulos del entorno, emociones propias y ajenas, desapego de la realidad física, me invadía la sensación de no querer permanecer más tiempo en este plano, de no querer sentir el dolor ni el sufrimiento de los demás, la sensación de perdida de la identidad, sentía que no terminaba de encajar en mi familia también experimenté una expansión de la conciencia donde podía tener visiones, o ver la energía en sus formas más sutiles o sentir la conexión con la naturaleza y la apertura hacia niveles más profundos del alma y del subconsciente.
Durante ese tiempo, negaba mi propia realidad y la de mi entorno, lo que me llevó a atravesar mucho sufrimiento y a necesitar apoyo. Una persona me acompañó a lo largo de esos primeros años, ayudándome a cerrar mi campo energético, a poner los pies en la tierra, a enfrentar mi vacío y a comprender cómo la mente distorsiona la realidad según nuestras emociones. Gracias a este acompañamiento, pude unificar mi sensación de despersonalización y comprometerme a seguir un camino que me permitiera sanar internamente y canalizar la vocación de servicio tan arraigada que había observado en mi familia y en mí.
Cada persona tiene su propio mundo interior; lo que yo comparto aquí no tiene que ser igual para los demás. Desde entonces, busqué maneras de encauzar este conocimiento y saber ancestral para darles una salida constructiva. Los primeros años fueron los más difíciles; enfrentar la realidad que siempre había negado fue, sin duda, la caída más fuerte que una persona puede experimentar. Pero también fue el inicio de un proceso de trascendencia y de comprensión profunda de la vida.